Aunque la tía Leonor tuvo hacia mí sólo amabilidades y deferencias, la noticia de su muerte no dejó de alegrarme. Para nosotros el funeral de un pariente siempre es motivo de regocijo; es una de las pocas ocasiones en que toda la familia se reúne. En la casa reina un ambiente mortuorio de lo más agradable. Todos vestimos nuestros trajes luctuosos (son tan lindos que es una pena que tengan que estar guardados tanto tiempo), andamos por la casa en silencio, con pasos cortos y suaves y con la cabeza ligeramente inclinada hacia abajo. Cuando nos encontramos al entrar en una habitación o al doblar la esquina en un pasillo, nos miramos compartiendo una sonrisita de complicidad.
Antes de que los parientes que viven lejos lleguen a la casa, los demás nos esmeramos en adornarla de acuerdo con la solemne ocasión. Colgamos en las paredes coronas de nardos y guirnaldas de margaritas y en los pasillos moños negros y listones de colores. Mi prima Evangelina, ayudada por mis hermanas y otros primos cuyos nombres nunca he logrado memorizar, arman en el patio un enorme altar de muertos; en el centro colocan una bonita fotografía del difunto y alrededor ponen cañas, flores de papel y calaveritas de azúcar que guardamos desde noviembre. Para cerrar el círculo se encienden varias docenas de veladoras de diversas formas y colores.
Ya entrada la noche se reza el rosario. Al concluir, los que lograron resistirse al sueño despiertan a los demás y se sirve ponche de frutas con ron o tequila. Esta es la única ocasión en que se permite a todos, aun a los más pequeños, disfrutar del alcohol. Esto se hace para inculcar en los niños desde temprana edad el gusto por estas festividades. Por eso son los más jóvenes quienes esperan con más ansiedad el deceso de algún familiar. Al calor de las copas, mi tío Héctor decide cantar acompañado de su acordeón algún corrido dedicado a la memoria del difunto. Pronto se le suman otros tíos con sus guitarras y mis tías con sus cascadas voces. Al poco tiempo todos nos encontramos bailando alegremente alrededor del féretro.
El sepelio se prolonga hasta el amanecer, cuando la carroza fúnebre se detiene frente a la casa. Antes de que los empleados de la funeraria se lleven el ataúd, todos hacemos una larga fila y uno a uno nos despedimos del cadáver. Los varones le damos la mano, las damas un beso y todos le murmuramos palabras de aliento.
Cuando vemos a la carroza fúnebre perderse en el horizonte una profunda amargura nos invade a todos. ¿Y cómo no vamos a estar abatidos si sabemos que pueden pasar años antes de que otro afortunado fallecimiento nos vuelva a reunir? Pero súbitamente el negro velo de la tristeza deja pasar un tenue rayito de esperanza cuando alguien recuerda entusiasmado que la tía Hortensia no anda muy bien de salud.
Antes de que los parientes que viven lejos lleguen a la casa, los demás nos esmeramos en adornarla de acuerdo con la solemne ocasión. Colgamos en las paredes coronas de nardos y guirnaldas de margaritas y en los pasillos moños negros y listones de colores. Mi prima Evangelina, ayudada por mis hermanas y otros primos cuyos nombres nunca he logrado memorizar, arman en el patio un enorme altar de muertos; en el centro colocan una bonita fotografía del difunto y alrededor ponen cañas, flores de papel y calaveritas de azúcar que guardamos desde noviembre. Para cerrar el círculo se encienden varias docenas de veladoras de diversas formas y colores.
Ya entrada la noche se reza el rosario. Al concluir, los que lograron resistirse al sueño despiertan a los demás y se sirve ponche de frutas con ron o tequila. Esta es la única ocasión en que se permite a todos, aun a los más pequeños, disfrutar del alcohol. Esto se hace para inculcar en los niños desde temprana edad el gusto por estas festividades. Por eso son los más jóvenes quienes esperan con más ansiedad el deceso de algún familiar. Al calor de las copas, mi tío Héctor decide cantar acompañado de su acordeón algún corrido dedicado a la memoria del difunto. Pronto se le suman otros tíos con sus guitarras y mis tías con sus cascadas voces. Al poco tiempo todos nos encontramos bailando alegremente alrededor del féretro.
El sepelio se prolonga hasta el amanecer, cuando la carroza fúnebre se detiene frente a la casa. Antes de que los empleados de la funeraria se lleven el ataúd, todos hacemos una larga fila y uno a uno nos despedimos del cadáver. Los varones le damos la mano, las damas un beso y todos le murmuramos palabras de aliento.
Cuando vemos a la carroza fúnebre perderse en el horizonte una profunda amargura nos invade a todos. ¿Y cómo no vamos a estar abatidos si sabemos que pueden pasar años antes de que otro afortunado fallecimiento nos vuelva a reunir? Pero súbitamente el negro velo de la tristeza deja pasar un tenue rayito de esperanza cuando alguien recuerda entusiasmado que la tía Hortensia no anda muy bien de salud.
17 comentarios:
Oye we, invita a uno de esos velorios no? se ve que se ponen requetebien.Espero haya otro pronto(igual el de la tía esa). Si quieres yo ayudo a poner el altar y eso (soy muy creativo). Me late lo de beiging de al lado jajajaja. Saludos
jajajaja... no pude evitar recordar el velorio de mi tia fanny en cuernavaca (no es k me alegre, pero me encanta ir a cuerna a ver a mis primos)... chale, cuanta razon...
¿Antónimo hijo?... ni lo conozco.
Estaría "cool" profanar tumbas, invitar fantasmas y celebrar más acá.
¡pinches aguados, se pasan de vivos! aún les falta espírituuuhhh.
..."pero siempre nos quedara navidaT"
Uuuu... qué chido... ahora entiendo por qué no me gustan los funerales. En mi familia no son festivos.
que raro soy yo en los funerales de familiares lloro, por que no puedo ser un niño normal?
que raro soy, yo en los funerales de familiares lloro, por que no puedo ser un niño normal?
que raro soy, yo en los funerales de familiares lloro, por que no puedo ser un niño normal?
hay no mames creo que le pique muchas veces al boton que verguenza borra los que puse de mas porfa y este tambien ajjajaja
jaja.
Podrías inagurar una libre adaptación luctuosa del "feliz no-cumpleaños" versión: "mi más sentido no-pesame". Siempre es legal hacer duelos, aún de aquello que todavía no se ha perdido, pero eventualmente se perderá...como la vida, es sólo cuestión de tiempo.
Don Rul, muy oportuno su post, mucha risa me causo.
jajaja, eso yo lo había imaginado.
pero como lo escribiste fue mejor!
saludo a la media neurona
No te agüites don rul, son coincidencias de la vida. Sonrie
hay familias a las que ni los funerales las unen :[
¿Y no acostumbran contar chistes como en mi familia?
Me encantaaaaaaaaaaaaaaaa!!!
Nunca olvidare el comentario de mi primo Rogelio despues del entierro de mi abuela (no sean mal pensados) cuando se estaba sirviendo el cafe..."Cafe? ni que fuera funeral", me la pase orinandome de la risa como dos hrs.
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