LÁGRIMAS

Ella lo miró posar su mano sobre la perilla.
–¿Te vas? –preguntó en un susurro.
–Sí –respondió él sin voltear. No quería verla.
–¿Y yo? –preguntó ella.
Él no contestó. Seguía mirando la puerta.
–¿Yo qué hago? –repitió ella.
Él se encogió de hombros.
–¿Qué hago con la soledad con la que me dejas? –ella sollozaba–. ¿Con la tristeza, con el dolor? ¿Qué hago sin ti?
–No sé –respondió él secamente.
Volteó lentamente y la encaró. Ella lo miraba con gesto de inquebrantable tristeza.
–Te sobrepondrás –afirmó él con dureza–. Después de todo, no es la primera vez que te pasa.
Él salió y cerró la puerta tras de él. Alcanzó a escuchar los sollozos convirtiéndose en un llanto ahogado y turbulento.
Caminó de prisa hacia el auto. Antes de subir miró su reloj.
–¡Mierda! –exclamó; nuevamente llegaría tarde al trabajo.
Comenzaba a hartarse de esas despedidas.