Tenían reservaciones para cenar en un exclusivo restaurante de comida de fusión. Iban en el auto. Él manejaba. Ella le había contado sobre una prima a la que consideraba demasiado excéntrica.
–Es como el tipo que encontré una vez en el baño de la oficina –comentó él.
-¿Qué tiene? –preguntó ella.
–Chupaba las pastillas de los mingitorios –respondió él con tranquilidad.
–¿Las pastillas?, ¿cuáles pastillas? –ella lo miraba perpleja.
–Sí, las pastillas de colores que ponen dentro de los mingitorios y que al contacto con la orina huelen rico –contestó él recondando el placer que le producía el aroma de los desodorantes.
–¿Y el tipo ese las estaba chupando? –preguntó ella horrorizada.
–Sí –explicó él–, cuando entré, él estaba inclinado sobre al mingitorio y sin sacar la pastilla del todo, la chupaba dándole la vuelta, como para recorrerla toda. Yo me quedé ahí viéndolo sin hacer ruido. Cuando terminó de chupar esa pastilla la dejó en su sitio, cambió de mingitorio y empezó a chupar la siguiente. La primera era blanca, la segunda azul. Fue entonces cuando volteó como para cerciorarse que no hubiera nadie y me vio. Deberías haber visto su cara: se quedó congelado, ni siquiera soltó la pastilla o cambió de posición. Supongo que era la primera vez que alguien lo sorprendía.
-¿Y tú qué hiciste? –ella abría los ojos con indecible estupefacción.
–Nada. Me acerqué a uno de los mingitorios y comencé a orinar.
–¿Y él?
–Discretamente se levantó, se limpió la boca con un pañuelo y salió.
–¡Guau! –exclamó ella. Se veía ostensiblemente asombrada.
–¿Lo has vuelto a ver? –preguntó inmediatamente después.
–Sí, varias veces. La primera vez fue al día siguiente en el elevador. Yo lo saludé con un movimiento de cabeza y él respondió de la misma manera. Desde entonces nos saludamos siempre así. A veces él sonríe.
–Pero, pero... –balbuceó ella anonadada–. ¿Por qué hiciste eso? ¿Por qué lo saludaste?
–No sé –contestó él encogiendo los hombros–, sentí que se había creado cierto vínculo entre nosotros.
–¿Un vínculo con un tipo al que le gusta chupar orines? –ella no disimulaba su azoro.
–Todos tenemos nuestras perversiones y yo ya conocía las de él. Quizás yo estoy más cerca de él que ninguna otra persona en su vida. ¿Qué más puede unir a una persona con otra que sus perversiones? No hay nada más íntimo que eso, ni siquiera el sexo.
Ella lo miraba absolutamente desconcertada y escandalizada.
–Perdón, pero no puedo creer que estés diciendo eso –chilló incrédula–. La perversión como el más sólido lazo que pueden tener dos personas. ¿Y entonces el amor? ¿Dónde queda el amor?
Él se encogió de hombros nuevamente dando por terminada la conversación: no le interesaban demasiado los temas románticos.
Un viscoso silencio se escurrió al interior del auto.
–No estoy segura de querer celebrar contigo el 14 de febrero –murmuró ella al cabo de un rato.
Él encendió la radio.
–Es como el tipo que encontré una vez en el baño de la oficina –comentó él.
-¿Qué tiene? –preguntó ella.
–Chupaba las pastillas de los mingitorios –respondió él con tranquilidad.
–¿Las pastillas?, ¿cuáles pastillas? –ella lo miraba perpleja.
–Sí, las pastillas de colores que ponen dentro de los mingitorios y que al contacto con la orina huelen rico –contestó él recondando el placer que le producía el aroma de los desodorantes.
–¿Y el tipo ese las estaba chupando? –preguntó ella horrorizada.
–Sí –explicó él–, cuando entré, él estaba inclinado sobre al mingitorio y sin sacar la pastilla del todo, la chupaba dándole la vuelta, como para recorrerla toda. Yo me quedé ahí viéndolo sin hacer ruido. Cuando terminó de chupar esa pastilla la dejó en su sitio, cambió de mingitorio y empezó a chupar la siguiente. La primera era blanca, la segunda azul. Fue entonces cuando volteó como para cerciorarse que no hubiera nadie y me vio. Deberías haber visto su cara: se quedó congelado, ni siquiera soltó la pastilla o cambió de posición. Supongo que era la primera vez que alguien lo sorprendía.
-¿Y tú qué hiciste? –ella abría los ojos con indecible estupefacción.
–Nada. Me acerqué a uno de los mingitorios y comencé a orinar.
–¿Y él?
–Discretamente se levantó, se limpió la boca con un pañuelo y salió.
–¡Guau! –exclamó ella. Se veía ostensiblemente asombrada.
–¿Lo has vuelto a ver? –preguntó inmediatamente después.
–Sí, varias veces. La primera vez fue al día siguiente en el elevador. Yo lo saludé con un movimiento de cabeza y él respondió de la misma manera. Desde entonces nos saludamos siempre así. A veces él sonríe.
–Pero, pero... –balbuceó ella anonadada–. ¿Por qué hiciste eso? ¿Por qué lo saludaste?
–No sé –contestó él encogiendo los hombros–, sentí que se había creado cierto vínculo entre nosotros.
–¿Un vínculo con un tipo al que le gusta chupar orines? –ella no disimulaba su azoro.
–Todos tenemos nuestras perversiones y yo ya conocía las de él. Quizás yo estoy más cerca de él que ninguna otra persona en su vida. ¿Qué más puede unir a una persona con otra que sus perversiones? No hay nada más íntimo que eso, ni siquiera el sexo.
Ella lo miraba absolutamente desconcertada y escandalizada.
–Perdón, pero no puedo creer que estés diciendo eso –chilló incrédula–. La perversión como el más sólido lazo que pueden tener dos personas. ¿Y entonces el amor? ¿Dónde queda el amor?
Él se encogió de hombros nuevamente dando por terminada la conversación: no le interesaban demasiado los temas románticos.
Un viscoso silencio se escurrió al interior del auto.
–No estoy segura de querer celebrar contigo el 14 de febrero –murmuró ella al cabo de un rato.
Él encendió la radio.
14 comentarios:
Suspiro.
(Aunque no es una interjección).
Por otro lado, también creo (debe ser la perversión innata) que las perversiones unen más a las personas. Verlas y convivir con ellas siempre en situaciones agradables, desprovistas de accidentes y momentos incómodos, sólo hace que la distancia se agrande.
Claro, las 'perversiones' no siempre son tan chocantes. Ji.
genial!!
serviría para alguna campaña publicitaria.
y bueno, es que si tu pareja conoce tus perversiones, lo conoce todo.
Feliz publicitado y vacío 14 de febrero :)
si aceptas las perversiones de alguien... lo aceptas todo... practicamente esos weyes pudieron haberse casado
y son por esas cosas que no quiero novio... :)
"comida fusion"... pon las sobras de todo en un mismo plato
ay que vieja tan apretada, ni aguanta nada.
nunca había caído en cuenta de ese significado de la perversión...
interesante... muy interesante
Esta teoría suena más fundamentada que la del amor.
las perversiones tiene ese misterio, unen a las personas cuando conocen las perversiones una de otra.
él sólo pudo inclinar su cabeza, y aquél sólo pudo percibir euforia, cariño, q mejor forma d amar q seguir inclinando la cabeza después de ver el estado más deplorable del otro
No le veo la perversión por ninguna parte. ¿Ahora me van a decir que los que chupamos las pastillas de los mingitorios somos unos perversos?
me gusto tu post...pero me dejaste con la imagen del cuate lamiendo las pastillas en mi cabeza....demoniosss
las perverciones son lo mas personal que tenemosss
Una de tus mejores historias, para mi. Las perversiones no se comparten, a menos que tengas la perversion de compartir tus perversiones...
--blog.rancdesign.com--
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