MAGIA

Un domingo por la mañana. Uno de esos pequeños teatros precariamente mantenidos por las autoridades delegacionales. Un espectáculo para niños.

Las primeras filas del auditorio están ocupadas por una revoltosa multitud de infantes que brincan sobre los asientos y aúllan sin control. Al fondo del teatro, los padres enfundados en ropa deportiva y camisetas de equipos de futbol, felices de librarse aunque sea por unos minutos de la atroz bendición de la paternidad, miran a sus vástagos con un gesto de infinito hastío.

Sobre el escenario hay un viejo mago vestido a la usanza antigua: traje negro, capa y sombrero de copa; tiene un rostro expresivo y memorable, casi trágico. Junto a él hay una pequeña mesa y una asistente muy flaca. El mago, que hasta el momento ha sido incapaz de captar siquiera por un instante la atención de los pequeñines, intenta un nuevo acto: se quita el sombrero y con un ademán teatral muestra a su auditorio que está vacío. Después lo coloca sobre la mesa y tras dar un pase mágico saca de éste un conejo asustado e inquieto que entrega rápidamente a la asistente. A mí como siempre me maravilla ese clásico truco; los niños en cambio, acostumbrados a los prodigios que efectúa Harry Potter, no se sienten sorprendidos; gritan violentamente burlándose del mago.

El pobre hombre, nervioso y con el rostro surcado por gruesas gotas de sudor, se acoge a su último recurso: tembloroso saca del bolsillo de su chaleco un pequeño revólver plateado. Los niños súbitamente fijan su vista en el escenario; tal vez porque los hipnotizan las luces que recoge el arma, quizás porque la televisión les ha enseñado que la aparición de un arma siempre presagia un momento emocionante. Con lentitud el mago lleva el arma a la cabeza y se encañona la sien. En el teatro reina un silencio sepulcral. Tras sonreír brevemente y no sin cierta amargura, el mago jala el gatillo. El estruendo hace retumbar las paredes del teatro.

La ovación es enorme.





OTRA CLASE DE MAGIA

Y ahora un magnífico ejemplo de la estupenda publicidad que uno puede encontrar en Internet. ¿Quién necesita de complejas animaciones cuando con el adecuado uso de las palabras se puede impresionar a quien sea?



Y ningún entrenamiento requirió.
Sin lugar a dudas, éste será mi epitafio.