A pesar de su nombre, Pascual era una persona completamente normal: reía por tonterías, sufría por nimiedades, aspiraba a alcanzar un sinnúmero de metas inútiles y se agobiaba por no conseguirlo. Era alguien como cualquiera de nosotros.
Lo único que hacía a Pascual un poco diferente es que a él se le desdibujaba el rostro. Por las mañanas cuando se miraba al espejo para afeitarse, su cara estaba perfectamente definida, como la de cualquier hombre que se levanta muy temprano para acudir a un empleo que detesta, pero conforme avanzaba el día, sus rasgos iban perdiendo nitidez gradualmente.
Esto se debía primordialmente al amor secreto y desquiciante que sufría por Laura, una compañera de trabajo: siempre que ella le dedicaba una palabra –aunque fuera de desprecio– las orejas de Pascual se borraban un poco; cada vez que él la miraba sonreír –aunque su sonrisa fuera de burla–, sus ojos se desvanecían un tanto; si pasaba cerca de ella y aspiraba su aliento con olor a chicle de canela o su perfume intensamente floral, la nariz de Pascual perdía algo de forma; cada minuto que pasaba sin hablarle de su amor, cada segundo de ese terrible silencio que lo asfixiaba, la boca de Pascual se desdibujaba unos milímetros más.
Para la hora que llegaba a su casa, cerca de las nueve de la noche, su cara era ya sólo una masa ovalada de color carne. Imposibilitado para hacer cualquier otra cosa, Pascual se dejaba caer en un letargo pesado y viscoso que engendraba siempre el mismo sueño: Laura se acercaba a él y muy lentamente pasaba por su cara sus dedos engalanados con uñas violetas, como si quisiera dibujarle de nuevo las facciones que había perdido por ella. Tras transitar el rostro de Pascual toda la noche, poco antes del amanecer Laura acercaba su boca –siempre intensamente roja– a la de él y le plantaba un beso largo y húmedo que lo despertaba justo en el momento en que sonaba el despertador.
Cada mañana Pascual se miraba en el espejo y descubría no sin cierto alivio que su cara era nuevamente la de un hombre normal, la de un hombre que se dispone a afeitarse para ir al encuentro de un empleo que detesta y de una mujer que no lo ama.
Lo único que hacía a Pascual un poco diferente es que a él se le desdibujaba el rostro. Por las mañanas cuando se miraba al espejo para afeitarse, su cara estaba perfectamente definida, como la de cualquier hombre que se levanta muy temprano para acudir a un empleo que detesta, pero conforme avanzaba el día, sus rasgos iban perdiendo nitidez gradualmente.
Esto se debía primordialmente al amor secreto y desquiciante que sufría por Laura, una compañera de trabajo: siempre que ella le dedicaba una palabra –aunque fuera de desprecio– las orejas de Pascual se borraban un poco; cada vez que él la miraba sonreír –aunque su sonrisa fuera de burla–, sus ojos se desvanecían un tanto; si pasaba cerca de ella y aspiraba su aliento con olor a chicle de canela o su perfume intensamente floral, la nariz de Pascual perdía algo de forma; cada minuto que pasaba sin hablarle de su amor, cada segundo de ese terrible silencio que lo asfixiaba, la boca de Pascual se desdibujaba unos milímetros más.
Para la hora que llegaba a su casa, cerca de las nueve de la noche, su cara era ya sólo una masa ovalada de color carne. Imposibilitado para hacer cualquier otra cosa, Pascual se dejaba caer en un letargo pesado y viscoso que engendraba siempre el mismo sueño: Laura se acercaba a él y muy lentamente pasaba por su cara sus dedos engalanados con uñas violetas, como si quisiera dibujarle de nuevo las facciones que había perdido por ella. Tras transitar el rostro de Pascual toda la noche, poco antes del amanecer Laura acercaba su boca –siempre intensamente roja– a la de él y le plantaba un beso largo y húmedo que lo despertaba justo en el momento en que sonaba el despertador.
Cada mañana Pascual se miraba en el espejo y descubría no sin cierto alivio que su cara era nuevamente la de un hombre normal, la de un hombre que se dispone a afeitarse para ir al encuentro de un empleo que detesta y de una mujer que no lo ama.
12 comentarios:
clap!clap!clap! *aplausos, gritos y desmayos*
es usted ese hombre don rul?
podría funcionar para corto!
cuídese, saludos!
brutal!!
me recordó un cuento de Pepe Rojo.
Es genial tu manera de escribir, por eso eres uno de mis blogs favoritos
ei, la realidad de mucha gente y de alguna manera aveces asi nos gusta sufrir, por puros suspiros de amor hacia otra persona.
de lujo...
Me quito el sombrero.
Buena historia. Hazte un comic con recopilaciones de varias historias tuyas. Me canso que lo compro y todos los demás que vienen aquí también.
Los escombristas perdimos para siempre el rastro de Laura... Ahora no tenemos rostro alguno.
qué buen post, admiro su creatividad
Pobre Pascual.
Yo lo quiero.
Entiendo, no sirve de nada.
Qué hermoso cuento.
Chale, ¿por què habríamos de desdibujarnos por algo así? Me recordaste una escena de la película Love Actually, en donde el pequeño le dice a su padrastro: existe algo peor que la cruel agonía de estar enamorado?
Pero qué descaro.
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