Quizás ser humanos no sólo implica ser bípedos, omnívoros y ocasionalmente racionales; significa también que desde que nacemos llevamos sobre los hombros las consecuencias de lo que han hecho otros miembros de la especie, atrocidades que, nos guste o no, están firmadas bajo el inabarcable epíteto de La Humanidad. Así, forman parte de nuestro código genético el holocausto judío, la casi total aniquilación de la flora y fauna del planeta, todas y cada una de las guerras, la depredación del hombre por el hombre, la injusticia social que gobierna el mundo. No importa que poco o nada hayamos participado, los fracasos de la humanidad son nuestros: son nuestros estigmas, nuestra irrenunciable herencia.
Pero quizás –y para nuestra fortuna– también inmerecidamente forman parte de nosotros la música de Bach, las novelas de Dostoyevski, las pinturas de Rembrandt.
Es estéril (y a todas luces desmoralizante) intentar un balance entre los dos polos de nuestro patrimonio, pero quizás no sea un exceso dejarnos tentar por la esperanza. "Ser humano" es un nombre afortunado para designarnos porque conlleva la acción (verbo no sustantivo, como dijo el infausto poeta). Así que cuando escuchamos la Cantata #174, cuando leemos Crimen y castigo o cuando admiramos la Lección de anatomía del Doctor Tulp, quizás estamos inclinando un poco la balanza.
2 comentarios:
Ora sí me hizo chillar Don Rul.
Y que vivan los clásicos...
En lo único que hemos coincidido ciudadanos y gobiernos del mundo, es en jodernos al planeta.
El infausto poeta, jajaja, tú siempre me arrancas una sonrisa con tu fina ironía, querido Rul.
Saludos.
Freddy
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